La inmensa superficie de China comprende un amplísimo espectro de realidades, una geografía humana que, en muchos casos, no acaba de adaptarse al frenético ritmo de crecimiento y expansión del país. Así pues, conviven pared con pared la campesina que vende verduras sentada en el suelo de cualquier callejón, y el rascacielos que se sirve de la tecnología más moderna para asombrar al mundo. En los rostros de sus gentes asistimos a la perplejidad de ver una tierra que cambia más rápido que sus habitantes, que aún arrastran, en su modo de vida y de pensamiento, los vestigios de tradiciones y supersticiones cultivadas durante milenios.